Quiteñísimos

Sin ser este un libro humorístico, de todas maneras así resulta porque -como dice el autor- en Quito nunca te llevan, «te van llevando», no te hacen daño, «te botan jodiendo», no te regañan, «te hablan», tampoco te pegan, «te van dando tu buena». En sus páginas se rescatan expresiones que se van olvidando como «date pite», «alábate queso rancio», «darásme dando», «a tu mama te parecís», «atatay qué rico», «alzando pelito-sacando moquito», «chirisique», «se fue a volver», «fea guambra carishina», o «diunechas», entre otras 700 palabras y expesiones propios de los habitantes de la capital del Ecuador. En suma, un maravilloso diccionario enciclopédico de quiteñismos realizado por un escritor de múltiples alientos e intereses: Edgar Allan García.

ExpliQuiteando

He vivido en la «carita de dios», «escorial de los andes», «relicario de arte en américa», «arrabal del cielo», «luz de américa», «zaguán del paraíso», «florencia de américa», «primer patrimonio cultural de la humanidad» por más de cuatro décadas y conozco a fondo las particularidades de ciertos quiteñismos, algunos de los cuales se encuentran en franca vía de extinción. En Quito, por ejemplo, no es lo mismo decirle a alguien «chancho» (irritante cargoso, quisquilloso, molesto), que «puerco» (el que emite gas butano sin importarle los que estén junto a él), o «cochino» (que no se baña casi nunca o que, por el contrario,  habla de temas tabúes con impasible soltura), o «cerdo» (tipejo capaz de vender hasta a su madre por un beneficio para este o de traicionar un ideal sin que se le mueva un pelo). Tampoco en Quito es igual «cáete» (contribuye con algo de dinero), caerás (ven un día de estos a visitarme), o caeraste (qué tonto, te caíste), que es lo que sucede cuando el quiteño «se va de oreja» o «de hocico».

El kichwa -que es un idioma aglutinante- ha influenciado la forma en que se construyen ciertas frases, pues los quiteños de cepa no dicen «ha sido chismoso», sino «chismoso ha sido»; no dicen «ha de estar enfermo», sino «enfermo ha de estar». O, estirando el «chicle»: «linda ha sabido ser la ciudad, no ve.» También los gerundios son herencia del kichwa: «vengo volviendo de ver un trabajito» -escuchan los extranjeros desconcertados- o «no sea malito, vendrá trayendo lo que le estén dando, vea.»

En Quito muchos no dicen «tu mamá está malgenio» sino «tu mamá anda malgenia», y el adverbio de modo «medio» suele comportarse como adjetivo: «media loca», dicen, en lugar de «medio loca», o «la pared está media descascarada» en vez de «la pared está medio descascarada». Ese uso del «medio» sirve también para atenuar la crítica («medio ratero ha sido tu taita») o la alabanza («medio guapa dizque es su guagua»).

También el leísmo se lo encuentra a pedir de boca: para hacer más suave la frase, un quiteño no dice «lo voy a llamar en la noche» sino «le voy a llamar en la noche», pero a veces se exagera al punto de decir: «le fui a saludarle» o «le voy a darle un regalo». Echando mano del «laísmo» y el «loísmo» dice: «la mamá lo habló», «el profe la pegó». En los estratos menos favorecidos también es frecuente escuchar una especie de habla infantil que nunca se corrigió y llegaron a la adultez diciendo: «tengo que pagale» en vez de «tengo que pagarle» y «estábanos» en lugar de «estábamos».

Nunca dejaré de preguntarme cómo fue que el «columpio» devino en «gulumbio», o si el hermoso «elé» no es más que una forma derivada del «voilá» francés (he ahí, ahí está), así como tampoco dejaré de cuestionar cómo es que las víctimas históricas de la conquista española terminaron convirtiéndose  en «verdugos»: aquí no caben los diminutivos, tan queridos por el pueblo quiteño, sino un arrastre de erres que lleva veneno: veshhdugos.

Y ya que hablamos de diminutivos como «hoy mismito» o «aquisito», he notado que estos a veces alternan con extraños gerundios («vente corriendito») o, por el contrario, se turnan con superlativos inventados, como cuando alguien va de un super diminutivo («ahoritita mismo voy») a un superlativo ingenioso («llegué tardazo»), o pasa de «el Antoño está gordazazaso» a «la Soña está flaquititita», lo que solo revela que el clima cambiante de la capital influencia a quienes la habitan.

A propósito de «el Antoño» y «la Soña» del ejemplo anterior, las «eñes» han jugado siempre un papel en el habla quiteña: las que le quitan a «companía», «estrenimiento» o «desenganio», se la ponen, con mucha gracia, a «demoño», Dañela, matrimoño, o «ñiño». Y así como muchos costeños no pueden decir «pepsi» sino «pecsi», a muchos quiteños les cuesta decir «coctel» y prefieren pronunciar «coptel».

En Quito uno no se marea, se «marea de la cabeza», redundancia de por medio, y tampoco dice «mayor que yo» sino «mayor a mí», o «más alto que mí» en lugar de «más alto que yo». Además, un quiteño que se precie, nunca pronunciará un «dame» a secas, sino que sentirá la necesidad de acompañarlo de un gerundio para «suavizarlo». No dirá, por tanto, «pásame» sino «dame pasando». Tampoco dirá «haz» esto o lo otro, puesto que le parecerá demasiado «fuerte» sino que echará mano del «dame haciendo». En ese mismo orden de cosas, dirá: «dame viendo» (busca) o «dame diciendo» (dile) o «dame cambiando» (cambia) o «dame dando» (dale por mí). Incluso con los subordinados se cuidará de sonar muy impositivo y en lugar de decir «haz lo que te dije», dirá «harás lo que te dije». Hasta los niños, sobre todo de los sectores populares, no dirán «dame» sino «date», o mejor aún: «date pite» en vez de «dame un poquito».

Para disimular un pedido directo, un quiteño hará rodeos muy singulares: «darás trayendo» en lugar de «trae», «darás recogiendo» en vez de «recoge», o «darás viendo» en lugar de «vigila». Y en algunos casos puede decir: «darásme hablando», esto es, «habla con ellos a mi favor» o «diles que me ayuden». Sin embargo, a veces los quiteños preguntan de forma directa, aunque curiosa, como cuando inquieren: «¿en qué bus vas vos ve?».

Si un quiteño le pregunta a otro. «¿qué estás?», lo que en realidad quiere decir, casi en tono de reclamo, es: ¿qué te pasa?, o más bien «¿qué te pasa, huevas?». Si un quiteño te dice «qué de última eres», es que según su opinión, te pasaste de grosero o desconsiderado. Y si te dice «qué del todo eres» es que, según él, haz hecho una tontería. Además, un quiteño no dice «tienes que venir a la reunión», sino «caerás pero» Ese «pero» es clave para muchas frases que siempre lo llevan al final de la frase, a manera de condicional: «comerás pero», «cuidaraste pero», «no me vendrás con pendejadas pero».

En Quito nunca te llevan, «te van llevando», no te hacen daño, «te botan jodiendo», no te regañan, «te hablan», tampoco te pegan, «te van dando tu buena». Hay que reconocer, sin embargo, que antes de pegarte un «mashcaso» te suelen advertir a su manera: «buscando andas», dicen, «después no andarás llorando», se revuelven, «clarito te estoy diciendo». La verdad es que, pese a ser «mono», no me ha ido mal en Quito y, salvo uno que otro golpe de confianza, los «paisanos» me han respetado, quizá por mi estatura («langarote has sido vos, ¿no?»), aunque no han faltado los «omotos» que se han vengado diciéndome: «no eres más mudo porque no eres más grande».

Si un quiteño dice «ya estoy en camino», lo que en realidad quiere decir es «ya mismo salgo para allá». Si dice «ya estoy llegando», significa que se acaba de acordar que tenía una cita con usted. Si dice «estoy a dos cuadras» es que llegará en media hora o más. El pretexto siempre será el tráfico, aunque en otras ocasiones dirá que viene del entierro de la abuela, y si usted saca cuentas, descubrirá que ya es la quinta vez que entierra a la pobre vieja. Pese a todo lo anterior, no está por demás decir que en Quito «la hora ecuatoriana» está bastante venida a menos, tanto que algunos actos ya empiezan «en punto».

Los quiteños de antes, cuando anfitriones, solían decir «sírvase esta fineza» o, haciendo gala de fingida humildad, «sírvase esta pobreza»; algunos agregaban un «quiadehacer», como si rogaran que el invitado se sirviera, y aún ahora, si el quiteño le ofrece al invitado servirle de nuevo un plato y este se niega, el anfitrión interpretará su «no» como un «sí» e insistirá hasta que este se repita el plato. El quiteño anfitrión lo hace porque cuando él va a otra casa, no da a entender que aún tiene hambre pese a todo lo que le han servido, puesto que lo considera «de mala educación», y él  espera a que le reiteren la invitación a repetir el plato; entonces este acepta no sin antes musitar: «ya que insiste» o «¿no será mucha molestia?».

Sin embargo, los tiempos cambian y las «finuras» y «finezas» de antes (que en buena parte no eran más que hipocresías institucionalizadas) tienden a desaparecer en favor del trato directo, aunque lo directo muchas veces se torna grosero y hasta grotesco. El manejo de la «sal quiteña», por ejemplo, que así se ha llamado durante dos siglos a esa salida ingeniosa de ciertos personajes que delata el doble sentido de una situación o desenmascara el verdadero trasfondo de una impostura, y por tanto, invita a la risa, es cada vez más escasa. Hay cada vez menos «modositos»  y cada vez más «muérganos»,» kikirimiaus», viejos «aguaguados» y «filáticos» de academia. También se ha cambiado el «bs» por «fff», es decir los típicos «clarobs» y «yabs» por los contemporáneos «clarofff» y «yafff».

También muchas expresiones  de «auraños» tienden a desaparecer, sobre todo en el norte donde los anglicismos y las jergas llegadas de todos lados están creando nuevos códigos. En medio de la marejada, hasta la palabra «longo» se ha re-contextualizado: «longo» era, en principio, el púber indígena que a dicha edad crecía, es decir, se «elongaba» (de ahí que muchos crean que la palabra no es kichwa sino catellana, con raíz latina). Luego cambió el «concepto» y durante décadas la palabra «longo» le sirvió a los mestizos -que se autodenominan «blancos»-, para señalar a los que, pese a su vestimenta «occidental», se les notaba su origen indígena. Sin embargo, ahora, en ciertos estratos sociales, «longo» es todo aquel que no sea parte de su grupo exclusivo, tenga o no ojos azules. Es así como «longuear» se ha transformado en un batalla cotidiana en la que ni los «blancos leche» están a salvo.

Mientras en unos sectores, a manera de identificación con «lo autóctono», intentan continuar con la costumbre de arrastrar las erres hasta el punto de convertir «rural» en «rrurral», en otros sectores sociales, por el contrario, parecen avergonzarse de todo lo que suene a kichwa y en sus filas no se escucha ni un solo «achachay» o «mushpa», tan común en otros tiempos y espacios. Sin embargo, entre tantas joyas quiteñas, una expresión ha sobrevivido y promete continuar con fuerza: «se fue a volver», en lugar del españolísimo «se marchó pero dijo que volvería».

Para obtener el certificado de «quiteño» solo se necesita haber vivido 5 años en la capital, haber probado por lo menos una vez las tripas de la Floresta, los secos de la Mama Miche, los caldos de huevera de la Montufar, los motes de la Magdalena o las tortillas de la Mama Pancha; tiene que haber ido «de vaca» a Atacames y traído de recuerdo una bolsa plástica llena de caracolitos y conchitas que luego tira a la basura; debe quejarse -como si se fuera a acabar el mundo- cada vez que hace un mínimo de frío o calor; y tiene que haber gritado -ya «chispo» o «hecho bunga»- vivaquitoooo desde una «chiva» noctámbula. No importa si no sabe toda la letra del «Chulla quiteño», bastará que repita «como mudo» y la guaragua, la guaragua, la guaragua.

La sociedad quiteña, con sus nortes «occidentalizados» y sus sures «pueblerinos», con sus «niños bien» y sus «longos», con sus «monos» y sus «chagras», con sus «liguistas» y sus «nachos», con sus «atatayes» y sus «ananayes» es un mosaico donde está representado nuestro ingenio, nuestra malicia, nuestro humor, nuestras taras, es decir, nuestras particularidades como pueblo. De ahí que entrar a la capital de los ecuatorianos a través de su lenguaje, es ingresar a su contradictoria esencia. Habrá quienes digan que «jamás» han escuchado ciertas palabras o expresiones, lo que demostraría cuán impenetrable ha sido la burbuja dentro de la que han vivido y cuántos «quitos» aún les falta por explorar.

Puesto que no soy lingüista ni mucho menos semiólogo -no tengo esas desviaciones-, aquí no hablo de bisibilación, ni de fricatización, mucho menos de rasgos suprasegmentales (tatay). Este proto-diccionario psedudo-enciclopédico no pretende ser otra cosa que mi homenaje a la tierra donde nacieron mis hijos.

Edgar Allan García

Así empieza este diccionario de quiteñismos y algo más

A

Abue: abuela o abuela.

Acabáramos: expresión ya en desuso en la que se demuestra la molestia que produce una mala noticia. Ej: borracho dicen que ha venido su hijito. Acabáramos, qué voy a hacer con este muchacho, vecina.

A dedo: se dice de una elección o de un nombramiento amañados.

Acabado: se dice de alguien que se ha avejentado o una enfermedad lo ha dejado en mal estado. Ej: el abuelito está como mueble fino. ¿Cómo es eso?  Bien acabadito.

Acolitar: si bien este no es propiamente un quiteñismo, se ha ido implantando en la jerga de los jóvenes, en especial los de «zurich» (del sur de la ciudad) y significa: hacer algo por alguien más, con ánimo de complicidad o solidaridad.

Achachai: Palabra proveniente del kichwa que quiere decir “qué frío”. A esta hay que agregar arraray o arrarau por “me quemé” o “me estoy quemando”. Atatay por “qué asco”.

Achoo: es una expresión que denota admiración. Ej: achoo, te comprastess zapatos nuevos.

Adió: contrariamente a lo que pudiera pensarse, no se trata de un adiós, sino de un “ah, Dios”, que quiere decir “qué susto, casi me olvido”. Ejemplo: adió tengo que comprar el pan. Adió, cierto, yo también tenía que comprar el pan.

Agachaditos: así se llamaba a los inveterados «chumaditos» de la 24 de mayo y, por extensión, a los músicos que se contrataba para las serenatas, al estilo de los «lagarteros» de Guayaquil.

Agachados (o Agachaditos): puestos de comida al aire libre, a donde acuden los trasnochados -en especial los oficinistas- a comer de pie y «agachaditos».

A grito pelado: a gritos. Ej: mi mujer le reclamó a grito pelado la actitud de su mama.

Agua de vieja: té de hierbas.

Aguaguado: adulto que actúa como un niño pequeño. Ej: vele al aguaguado ese.

Aguántate un platanito: espérate unos segundos.

Aguar la fiesta: terminar con el entusiasmo de alguien. Ej: clarito te estoy diciendo, no me vendrás a aguar la fiesta con esa cara de muerto con la que andas.

Ahí queda: ya no quiero saber más del asunto. Ej: a estas horas será de venir al trabajo, ve guambra. ¿Sabe qué?, me voy de aquí, ahí queda.

Ahorita le hago: en este instante le hago la gestión que me pidió. Claro, casi nunca es cierto.

Ajá no: expresión usada cuando se sorprende a alguien haciendo algo reprobable.

Ajuiii: expresión que denota cansancio.  

Alábate pato que mañana te mato: dicho común para anular a un pretencioso. También ha sido común el término: «alábate queso rancio».

A la hora del té: al momento de la decisión o de la verdad. Ej: te cuento que nos embobó con ofrecimientos y, a la hora del té, ni galletas, hija.

Alairito: liviana, ligera.  

Alairito: flotar. Ej: la viudita era un espectro que andaba alairito, no tocaba el suelo.

Alegón: se dice de alguien acostumbrado a reclamar para ganar a toda costa.

A leguas: que se nota desde lejos. Ej: a leguas se vio que andabas chumado.

Aletazo: mal olor de las axilas. Ej: qué bestia, casi me matas del aletazo.

Alhaja: agradable. Ej: alhaja ha sabido ser su mamá, una joya.

Alhajito: bonito. Ej: alhajito ha sido el guagua, ¿no?

Al huevo: pesado, insoportable. Ej: qué al huevo es ese man, ¿no?

Almácigo: además de su significado normal (recipiente que se utiliza para sembrar), se dice de un lugar caótico o desarreglado. Ej: arreglarás ve carishina que tu cuarto es un almácigo. 

Alzando pelito, limpiando moquito: Expresión de origen incierto que significa “avíspate”, “muévete”, por lo general se utiliza cuando el adulto se dirige a un niño.

Amarcar: palabra de origen kichwa que signfica cargar. Ej: deja, yo le amarco al guagua.

A mí qué: no me importa. Ej: el profe dijo que vas a perder con él. A mí qué.

Ananay: adorno. Ej: qué cantidad de ananayes ha sabido tener usted, ¿no señora?

Andá: no molestes, largo de aquí. Ej: mami. Qué quieres. ¿Podemos jugar aquí? Andá.

Andá: podría ser traducido como: ¿en serio lo dices? no te creo. Ej: que dizque se ha muerto el vecino, seño. Andá.

Andar con alguien: tener una relación de pareja permanente o circunstancial. Ej: me han contado que andas con alguien. Sabía andar, ya no.

Andar de pipí cogido: se dice de quienes tienen una mistad estrecha. Ej: vos dizque eres de pipí cogido con el man ese ¿no?

Andaraste: anda. Ej: andaraste con cuidado ve. ¿Cómo así fff? Diciéndote estoy.

Ango: carne dura, que no cede al masticar. Por extensión, todo lo resistente. En general, se lo asocia como característica de los «longos» o los «indios», pero en sentido negativo. Ej: ya se cayó del andamio el albañil, vele. No hay problema, esos longos son angos mismo.

Aniñado: joven que tiene mucho dinero o que finge tenerlo. Ej: veles a esos aniñados, hablando como si tuvieran una papa caliente en la trompa. Oirásles cómo dicen «pou favou».

Anótate un poroto: tienes un punto a favor. Ej: buen cacho, anótate un poroto, jaja.

Anrrea: Andrea. Ej: quéspues, la Anrrea no viene, ve.

Año electivo: año lectivo.

A pata: a pie. Ej: a pata me vine desde esa lejura, viera.

Apurá: orden de apurarse, pero con tono de estar harto.

Apura ve: orden de apurarse.

A que: para que. Ej: llama a tus amigos a que vengan. ¿Y les preparas algo a que coman, ma?

Aquisito: Este diminutivo de “aquí” no puede ser más engañoso. Los que no son de Quito se pueden confundir cuando preguntan por una dirección y un quiteño responde: aquisito nomás es. Ese aquisito puede ser un trecho mucho más largo del que pueden imaginar.

Aquí viviendo por no ser soberbio: Este dicho, tan común, es una prueba más de la resignación que caracteriza a ciertos quiteños, aunque no hay que creerles ni la mitad. Viven no porque les guste sino porque no quieren incurrir en la soberbia de quitarse la vida. De aquí a entrar en una cantina a escuchar pasillos hasta caer como bultos, solo hay un paso.

Arreglado: amañado, falseado. Ej: ni vayas a entrar en el sorteo que eso está arreglado, oirás.

Asentaderas: nalgas (en los últimos tiempos se ha impuesto el término «pompis»).

Así ha de ser: No es un dictamen sino una expresión que significa: Te creo lo que me cuentas o, peor aún: no estoy creyendo lo que me estás diciendo, pero voy a hacer como que sí te creo.

Aso: final de la palabra con la que sirve de aumentativo, como «malaso», «buenaso», «fullsaso». Ej: ¿qué tal la peli? Buenasa Qué va, malasa estuvo.

Asomaraste, ve: Quiere decir que alguien se aparezca en algún momento, pero como no se fija fecha ni lugar, casi nunca se hace efectivo.

A su mandar: a su disposición.

Atatay qué rico: Es difícil de traducir porque al mismo tiempo que se dice “qué asco”, se dice lo contrario: «qué rico». En el fondo, es una forma de burlarse de las convenciones sociales y el moralismo diciendo que lo que tanto se condena es una delicia. El sexo, por ejemplo.

Atendeé: es una forma grosera e imperativa para decirle a otro que atienda.

A tu mama te parecís: así se regresaba el insulto a quien había ofendido. Ej: qué muda has sabido ser vos, ¿no? Andá, no jodas, a tu mama te parecís.

Auca: palabra de origen kichwa que significa salvaje. Así llamaron los invasores cuzqueños a los bravos guerreros huaorani, término que más tarde adoptarían los conquistadores españoles y los criollos para referirse a dicho pueblo. Aunque en algunos lugares de la Sierra se les llama «guagua auca» a los niños no bautizados (también se les dice «diablitos» o «jibaritos»), este término no es tan común en Quito y «auca» se usa más bien como sinónimo de «rebelde» o «inadaptado». Ej: qué auca que ha sabido ser tu ñaño.

¡Aucas Marañón o la guerra!: grito de guerra -entre humorístico y patriótico- de los antiguos seguidores del equipo de fútbol Aucas. Al equipo Aucas lo fundaron personas adineradas y una petrolera inglesa, pero fue tomado por asalto por el pueblo, en especial, el del sur de la capital.

A un tris: que falta poco. Ej: estoy a un tris de volverme loco, loco.

Auraños: es una contracción de «ahora años», lo que quiere decir de hace tiempo. Ej: nosotros somos amigos de auraños.

Aurita (o Auritas): en este mismo instante. Ej: vente ve. Ya voy. Auritas, digo.

Avivaraste: pon atención, despierta. Ej: avivaraste, hijito, harasme el favor de no andar como mudo.

A vendeeer: así se grita en las tiendas de barrio para que salga el dueño (el «vecino») cuando este no aparece para atender su negocio.

 

Que Bacán que es el Quiteñísimos…..!

B

Bacán: esta palabra es un argentinismo que entró al Ecuador por el puerto de Guayaquil a comienzos del siglo XX y con facilidad se naturalizó como ecuatoriana. Hay quiteños, en especial los más jóvenes, que están convencidos de que nació con ellos, pero la verdad histórica es que los italianos que llegaron a Argentina a comienzos del siglo XIX trajeron consigo ciertos términos como este, originario de Génova, que se deriva de «bacco» (bastón), por lo que «bacán» era el que llevaba el bastón, el capitán, el líder, aunque en Argentina se transformó en sinónimo del que tiene riquezas. Muy pronto «bacán» se adaptó al lunfardo argentino e hizo su aparición en el tango «Mano a mano» de 1923 («que el bacán que te acamala, tenga pesos duraderos…») y hasta tuvo su femenino («hoy sos toda una bacana, la vida te ríe y canta…»). En el Ecuador, «bacán» se usa como sinónimo de «chévere», lo que -según el desaparecido poeta guayaquileño Fernando Artieda- es un error porque una persona «chévere» es agradable, en tanto que un «bacán» es un «prepotente». Pese a lo expresado por Artieda, en Quito y en otras partes del país -y de Latinoamérica- «bacán» es sinónimo de algo o alguien «excelente». De ahí se deriva la palabra «bacano» y también el superlativo «bacansísimo».

Bagre: mujer fea, a semejanza del pez a que se hace referencia.

Bagrero: que le gusta andar con «bagres».

Bajar el moco: echar abajo las ínfulas de alguien. Ej: qué bueno que le bajaste el moco a ese creído insoportable.

Banco: tonto. Este «adjetivo» ha formado parte del habla quiteña desde décadas atrás, por lo que cuando en los años 70 se difundió la publicidad del Banco del Pacífico, la gente se reía de ella. El jingle publicitario decía: «este es un banco banco…». Para los quiteños de entonces, lo que escuchaban era un absurdo: «un banco tonto». Los que diseñaron la publicidad no imaginaron el impacto que esta tendría en la sociedad quiteña, en especial la de los sectores populares.

Bestia: tiene varias acepciones: ¡qué extraordinario!, ¡qué tontería! Ej: bestia, me olvidé las llaves. No jodas, loca. Bestia, le viste a ese man, guapísimo.

Bienechito: te mereces lo que te sucede o sucedió.

Bien mal: muy mal. Ej: como está tu taita? Bien mal, para qué.

Format Minientrada

Para pedidos CONTÁCTENOS al  0992907537